En Irlanda se sabe que es verano porque la lluvia está templada. Con estas palabras nos recibían en El Burren, Brendan Dunford y Sharon Parr, los responsables de uno de los proyectos agroambientales más destacados de Irlanda y de toda Europa. La excusa para estar allí es el Winterage, la micro trashumancia que realizan a pie los ganaderos con sus vacas para llevarlas a los pastos invernales: los pavimentos de roca caliza con hierba abundante que alimentarán a las vacas —y las mantendrán secas— durante el invierno. Al igual que sucede con otras manifestaciones trashumantes, el acceso a los pastos invernales es un momento de fiesta y celebración que una sociedad tan consciente y entregada a sus comunidades locales no puede dejar pasar. Y con la excusa del Winterage, la comunidad se reúne para celebrar su paisaje y su conexión con la tierra y nos abre las puertas a uno de los programas relacionados con custodia del territorio que mayor éxito está cosechando en la actualidad.



El proyecto de El Burren cumple con todas las condiciones exigibles a un programa de custodia: implica directamente a los propietarios y usuarios del terreno, en este caso los ganaderos de la zona y cuenta con la tutela de una entidad de custodia, el Burrenbeo Trust, que avala los acuerdos y actuaciones. El acuerdo, en este caso, se materializa a través de una serie de objetivos de conservación que los granjeros tratarán de conseguir, y por cuyos resultados recibirán una compensación económica. Y aquí comienzan las sorpresas (y los indicios de que nos hallamos ante un proyecto muy especial): no hay actuaciones obligatorias. En El Burren no se trabaja con un modelo de gestión prestablecido, sino que se parte de la idea de que los propios granjeros, auténticos especialistas en la gestión de sus explotaciones, son las personas más capacitadas para saber qué actuaciones conseguirán los resultados esperados y cómo llevarlas a cabo. Los técnicos están para ayudar, pero nadie toma decisiones sobre el manejo de las explotaciones más que sus dueños.



Y los granjeros ponen el empeño en mejorar sus fincas  e inician los trabajos que les pondrán en la lista de las fincas mejor cuidadas de El Burren. El proyecto colabora también en la creación de infraestructuras, sobre todo cerramientos de piedra seca, puntos de agua (adaptando cualquier tejado o superficie plana que recoja un poco el agua de lluvia) y pastores eléctricos. Pero es el granjero el que aporta la mayor parte del trabajo y de la inteligencia que requiere conseguir buenos pastos. Cuando llega el momento de evaluar los resultados, una lista de indicadores que todos conocen y han validado sirve para puntuar los resultados. El producto final son unos pastizales de gran calidad ecológica: con alta biodiversidad, adecuadamente pastoreados, sin especies invasoras, con poca materia muerta, etc. Los diferentes indicadores van puntuando en una nota final de 0 a 10 y los granjeros reciben una compensación mayor cuanto más alta sea su nota, sólo después de haber pasado un umbral de cuatro puntos).



Otra cuestión sorprendente es que apenas hay papeleo. Los técnicos encargados de las inspecciones nos lo explican: “Nosotros ya sabemos lo que vale instalar un depósito de agua de 3.000 litros, no necesitamos una factura que lo justifique. Llegamos a la granja y si el depósito está en buenas condiciones la inversión se considera ejecutada. No necesitamos ningún otro papel”. Son los propios ganaderos los que valoran la situación de sus fincas en primera instancia y los que reconocen los indicadores. Los técnicos visitan cada año las diez parcelas. Y los conflictos, que los hay, se solucionan a través de la entidad de custodia, con una participación permanente de los propios granjeros.




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